divendres, 2 de desembre del 2016

“La maleta del abuelo” intenta normalizar el Alzheimer sin recurrir al drama. Entrevista a los autores Juan Hernaz y Fátima Fernández


Por Alícia Coscollano

La maleta del abuelo” es una joya cosida a retazos con metáforas y plagada de simbología. La tonalidad utilizada y los trazos de las ilustraciones de sus páginas, realizados por Juan Hernaz, caminan de la mano de los personajes, creados por Fátima Fernández. En ellas encontramos a un abuelo que inicia un viaje hacia la desmemoria pero que mantiene el mar, el gran azul, entre las paredes de sus recuerdos. También a una nieta que intenta retener todo aquello que le remite a la anciana figura que venera, pero que por momentos se le escapa entre los dedos. Entre líneas, todo un mundo. La nieta y el abuelo inician un viaje fantástico sorteando fantasmas para aterrizar en la gran playa del amor que se profesan, en la arena en la que se reconocen. “La maleta del abuelo” es un relato mágico, simbólico y tierno. Se adentra por momentos en el territorio de la fábula para transitar por paisajes engendrados desde un surrealismo onírico –o no tanto-, para tocarnos el corazón, a niños y a adultos, a través del lenguaje universal del afecto. Un relato narrativo y visual que conmueve hasta la médula y que se erigió ganador del Premi Internacional Àlbum Il·lustrat Ciutat de Benicarló.

Fátima, ¿por qué el Alzheimer como eje principal alrededor del cual gira el argumento de ‘La Maleta del abuelo’?

F.F. La comunidad científica considera al Alzhéimer como la gran epidemia del siglo XXI. Es importante sensibilizarnos y concienciarnos sobre la problemática de las personas que pierden la memoria.

¿Cuál fue tu mayor preocupación en el momento en el planteamiento de transmitir todo lo que supone una enfermedad como el Alzheimer desde el punto de vista infantil?

F.F. Normalizar la enfermedad sin recurrir al drama y poder traspasar la etiqueta de infantil.

Las frases que cosen la historia están muy bien escogidas, ¿tuviste contacto directo con el Alzheimer? ¿Cómo viviste la documentación previa?

F.F. Tengo amistades que están viviendo muy de cerca esta enfermedad en su familia, cada vez son más. Unos y otros, te van contando anécdotas de su día a día. Es difícil no hacerse preguntas y buscar respuestas. Buscar respuestas es parte de mi forma de ser. 

Esta historia, como ha sucedido con algún otro Álbum Ilustrado, traslada un acontecimiento vital, una de las grandes temáticas de la vida como es la enfermedad, a un ámbito infantil. ¿Es necesario que editoriales como Onada edicions apuesten por este tipo de libros?

F.F. Es muy necesario. Los niños necesitan enfrentarse a la realidad con diferentes recursos. La literatura es uno de ellos. 


Hablemos del poder de la palabra, del poder evocador, y de cómo impulsa y genera un territorio conceptual del que, imagino, han surgido posteriormente las ilustraciones.

F.F. La palabra puede despertar sentimientos y emociones muy diferentes. A través de la lectura, desplegamos la imaginación en todas las direcciones. No existen barreras que nos impidan penetrar en todos los espacios. 

¿Cómo surge la colaboración con Hernaz?

F.F. Conocí a Juan gracias a la compañía Factoría Norte, que dio vida y teatralizó "Nora", obra de teatro basada en uno de mis libros. Juan es quien se encargó de las animaciones y el diseño gráfico. En cuanto vi su trabajo supe que le iba a proponer el realizar algún proyecto juntos. 

Juan, en cuanto a las ilustraciones están llenas de simbologías, parece que cada detalle esté cuidadosamente estudiado e incorporado al relato. Has recopilado más de 800 referencias diferentes durante más de tres meses para contextualizar la obra. ¿Cómo has vivido este trayecto?

J.H. Es imprescindible en cada proyecto: para hablar de algo es necesario conocerlo. Y más aún para llevarlo a imágenes que alcancen lo no evidente que, para mí, es una de las claves de la ilustración. Cuando leí el texto de Fátima comprendí los espacios interpretativos que dejaba. El trabajo de documentación transitó por ensayos médicos, múltiples referencias visuales, simbología marina, zoología, genética, código morse, filatelia… Personalmente lo vivo siempre con pasión: me aporta perspectiva, seguridad en el proceso de trabajo y, sobre todo, enriquece mis percepciones y planteamientos. 

Las páginas están llenas de mensajes que pueden pasar desapercibidos para el lector: las iniciales que aparecen en la camisa y en la maleta, y las golondrinas, que nos remiten a un talismán poético de regreso…

J.H. Nada es casual ni anecdótico en “La maleta”. Hay muchas referencias y guiños al lector, todos justificados. Hemos ido perdiendo gran capacidad de observación y de lectura de imágenes, algo que el hombre medieval dominaba cuando “leía”, por ejemplo, los relieves en las catedrales. Esos guiños que incorporo son mensajes para que el lector se haga preguntas. “H.R”, las iniciales en la maleta en la primer ilustración, corresponde a Hirundo rustica, nombre latino de la golondrina. Golondrina que, además de su vinculación con la memoria (no olvida volver, año tras año, a su mismo nido y con su misma pareja), tiene vinculación con el mar. En siglos pasados los marineros se tatuaban una golondrina al cubrir 10.000 millas náuticas; era su carta de presentación, denotaba su experiencia cuando los patronos contrataban marinos en los muelles. Por eso la golondrina acompaña en todo el viaje a Mariana y a su abuelo. Es, en efecto, un talismán poético de regreso pero también la memoria que vuela. 

Y la utilización de banderas, ¿describen una situación vital del protagonista tal y como transcurre la historia creada por Fátima?

J.H. Eso fue un descubrimiento para mí. El lenguaje de banderas (y su correspondencia en código morse, también presente) es muy técnico pero muy rico, siendo capaz de describir todas las situaciones posibles de un barco en el mar, o bien con una sola bandera o bien con una combinación de varias. La transliteración al lenguaje de banderas de lo que vive el abuelo aporta una lectura complementaria que profundiza en la situación interna de un enfermo de Alzheimer, y que puede pasarnos desapercibida si sólo juzgamos su aspecto externo. Y esa es la función que cumplen las banderas: indagar en la consciencia del propio abuelo, en su percepción de su propia situación. Si únicamente leemos las banderas podríamos seguir la narración a través de una lectura paralela, más profunda, de lo que está sucediendo en cada imagen desde la óptica del abuelo. En cierto sentido son el grito callado del propio enfermo. Y, como en la vida real, exige al lector un ejercicio de empatía, de colocarse en el lugar del otro.


Dibujar la desmemoria deshilachada en columnas que ascienden y se pierden en la parte superior de la página tiene mucha fuerza como mensaje visual. 

J.H. La arquitectura del yo se transforma, se desvanece… Los pilares que sustentan todo se convierten en remolinos que arrastran los arcos y las bóvedas, y las transforma en tornados de seres extraños, ajenos, dotados de vida propia que uno ya no puede gobernar. Esa imagen es el umbral, además, entre el mundo real de las dos primeras ilustraciones y el mundo onírico en el que se adentran ambos personajes. La iconicidad de cada imagen tiene peso en la narración, sin duda, pero no es el principal objetivo: debe funcionar en el contexto y debe corresponderse con un ritmo y con una intención. De uno u otro modo, en cada imagen he tratado de incorporar estas reflexiones visuales que tengan peso específico pero que permitan una lectura continuada y coherente.

Fátima y Juan, ¿Cómo ha resultado finalmente el trabajo conjunto, planificar el equilibrio entre ilustración y texto?

J.H. En este caso el proceso ha sido lineal. Fátima tenía el texto concluido y mi trabajo se desarrolló una vez que el suyo hubo terminado. Personalmente prefiero tener un punto de partida definido, como era el caso, para abordar el trabajo con total contundencia en todas sus fases. Algo clave es que el texto deje margen interpretativo a la imagen y viceversa. El texto de Fátima permitía ese margen. A partir de ahí, la integración del texto en las ilustraciones, incluso como un elemento estético más, fue sencilla. 

¿Pensasteis que había posibilidades de ganar el Premio Internacional de Álbum Ilustrado?

F.F. Detrás de este libro hay mucho esfuerzo y horas de trabajo. Al tratarse de un tema difícil, al que las editoriales no suelen estar abiertas a este tipo temáticas, había que intentar ganar un concurso para darle una visibilidad especial.

J.H. Cuando uno se presenta a un premio siempre alberga la esperanza de ganar, pero nunca es fácil, tanto por competir con otros buenos álbumes como por la complejidad temática del nuestro. Francamente no pensaba que pudiéramos obtener el premio, por lo que la sorpresa fue doble. El riesgo que implica un álbum de este calado fue desde el principio una apuesta y un reto para nosotros y ahora lo es también para la editorial. Sin embargo, el aval del premio internacional creo que hace al lector afrontar su lectura con otra perspectiva.

¿Cómo habéis vivido este reconocimiento?

J.H. En mi caso, con sorpresa inicial y con agradecimiento, por supuesto, tanto a los responsables de Onada Edicions como al Ajuntament de Benicarló, tanto por el premio como por el trato recibido. Los premios, aunque no son claves en una trayectoria, sí creo que son indicativos de que el trabajo va por buen camino, que es capaz de comunicar y conmover. En un trabajo como el nuestro, además, uno necesita cierta respuesta para estar seguro de que lo que hace funciona como ha planificado. Y los premios cumplen, en parte, esa función incentivadora.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada